viernes, 10 de diciembre de 2010

Frank Báez [Rosario(17)]

El teléfono repica de nuevo.
Al octavo timbrazo extiendo un brazo fuera de la frazada, alcanzo el auricular y lo traigo hacia el interior donde está calientito.
-Aló.
-Hello, Frank.

Es Cecilia Galli. Siempre que hablo con ella por teléfono repite lo de Hello, Frank. Esto se debe a que hay una canción que se llama así escrita y cantada por Luca Prodan, líder de Sumo, banda que Horacio Galli siempre tiene puesta en el apartamento. Fue Horacio que me contó de Luca Prodan, que era italiano, que metía heroína, al punto que una mañana se levantó en la habitación de un hotel londinense, miró un mapa mundi, vio la Argentina y al igual que Paul Groussac, el abuelo de Pablo, sin pensarlo dos veces se vino hacia acá. No obstante, esto no impidió que luego de hacer una obra valiosa terminara muriendo a los pocos años de una cirrosis.
- Levantate de esa cama – insiste Cecilia - El día está lindo para pasear. Levantate.
-¿Qué hora es?

-Son las ocho. Hay un sol brillante y todos han dejado los abrigos en casa.
-Ah, pero no han pasado ni cinco horas desde que me acosté. Además, hoy es domingo.
-¿Y?
- Es que estoy desbaratado.

- Dejá de compadecerte y bajá rápido. Esperaré por vos acá en el lobby.
-Dame veinte minutos.
-Apresúrate.
Y cuelga. Y yo permanezco oyendo el zumbido del teléfono hasta que coloco el auricular en su sitio y saco la cabeza de la frazada con que me he cubierto. La habitación sigue como la dejé hace unas horas. Antes de pararme medito sobre todo lo que ocurrió anoche: la búsqueda infructuosa junto a Cucurto de un lugar para bailar cumbia y luego la visita a la habitación de Gabriela Bejerman. Al abandonar a Cucurto y los demás, le propuse a Cecilia ir a la habitación de Gabriela. De entrada esta se negó, pero a la larga me acompañó hasta el hotel Presidente. Sin preguntar en recepción tomamos el ascensor hasta el piso donde se hospeda Gabriela. Nos detuvimos ante su puerta. Antes de tocar pegué el oído a la puerta: no se percibía nada. 
Toqué. Nadie contesto. Toqué de nuevo. Entonces oí con claridad pasos, luego ya abrían la puerta y veíamos a Gabriela en bata y con crema untada en la cara.
-Dijiste que tendrías la fiesta más cool de Rosario en tu terraza – fue lo primero que se me ocurrió decirle.
-Ah, Che, yo cancelé.
- No me enteré.
-Yo les mandé mensajitos de texto a todos.
- Pero Gabriela yo no tengo celular.
-Cierto.

Entonces Cecilia que se había mantenido en segundo plano, alzó la vista y le lanzó una de sus miradas displicentes a Gabriela, quien no se quedó atrás y con sus ojos azules le lanzó otra. Era como si tuvieran rayos ultravioleta en los ojos.
-Disculpa, Gabriela – dije después de un rato, tomé de la mano a Cecilia y nos montamos en el ascensor. Acabamos la noche en un boliche de la Florida bailando al ritmo de un DJ con una cicatriz en la cara.

2

Abajo, sentada en uno de los muebles del lobby, Cecilia lee con serenidad una revista. A la izquierda los clientes del hotel avanzan hasta el restaurante donde está desplegado el desayuno. La recepcionista pronuncia mi nombre.
-Le dejaron esto – dice.
Me pasa una nota escrita con lapicero.
Espero que tu alzhéimer mejore,
Mariana
.

Me quedo un rato mirando la nota hasta que Cecilia se acerca. Intenta arrebatármela, pero yo me la guardo en el bolsillo. Caminamos hacia el exterior y una brisa tibia nos golpea la cara.
Es domingo. Hoy concluye el festival de poesía. Supongo que después de hoy los poetas van a volver a sus oficinas y a sus puestos prosaicos.
-Mientras esperaba por vos - dice Cecilia - tuve una charla con la poeta uruguaya.
-No jodas.
-Sí. Estaba desayunando en el restaurante. Yo la vi, me acerqué y charlamos un rato.

-¿De qué?
-De Rosario. Me pregunto si tenía un blog. Le dije que sí. Se lo di y ella lo apunto en una libreta. Luego me dio el suyo.
-Pero ella dijo en la charla que no tenía un blog.
-Lo sé.
-¿Y no se lo dijiste?
- ¿Para qué?
-¿Qué más te dijo?
-Creo que no dijo más. Se puso a jugar con la comida.
Alcanzamos el malecón y nos salen al paso corredo
ras y parejas hasta que llegamos a una terraza en que desayunamos. Le echo un vistazo al rio donde un carguero avanza y dos veleros son bamboleados por la brisa matinal. Más allá se ven las islas. Arriba en el cielo no hay una mancha de nube.
Mientras Cecilia se levanta para ir al baño, muerdo mi medialuna, oyendo de paso la conversación que dos tipos mantienen a mi derecha. Se están recomendando psicoanalistas. El que tiene una voz gangosa le da las especificaciones: la edad del psicoanalista, la corriente
que sigue, su tarifa y su ubicación. Pudiera instalarme en esta ciudad y trabajar de psicólogo. Pegaría afiches en las paredes de que soy un psicólogo dominicano que usa las últimas tendencias cognoscitivas caribeñas. Eso sonaría exótico. Pablo sugirió que pudiera pegar un poster de las Terrenas en el consultorio y que eso serviría de terapia. Me caen bien los argentinos. No importa que me hayan estafado y que algunos taxistas y dependientes de quioscos hayan sido impertinentes y hasta groseros conmigo. Incluso recuerdo cuando aterricé en Buenos Aires de madrugada que miré por la ventanilla y estaban todas las luces encendidas tililando como dándome la bienvenida. Estaba algo nervioso, ya que en Santo Domingo la dependiente de la línea aérea y la encargada de migración me habían contado que debía traer más de mil dólares en efectivo, que de acuerdo a ellas, lo piden al ingresar a la Argentina y que si uno no los tiene, pese a las tarjetas de crédito que se puedan portar, no lo dejan entrar. ¿Cómo es eso de que no dejan entrar? ¿Me montarían en el próximo avión con destino a Santo Domingo o me dejarían ahí pululando en el aeropuerto sin que pueda salir hasta que semanas luego mi avión par
ta? Puesto que no estaba seguro de tener los mil exactos, me puse a contarlos antes de abordar el avión y comprobé que me faltaban quince dólares para completar los mil. Debido a esto no compré un cebiche que se me antojo en el aeropuerto de Lima. Cuando hice la fila de migración en el Ezeiza de Buenos Aires temía que el oficial me devolviera por esos quince dólares que faltaban para completar la tarifa. Avancé nervioso hacia la cabina. Le pasé el pasaporte al oficial que me atendió.
-¿A qué viene a la Argentina? - preguntó.

-A un festival de poesía- le dije con la voz temblorosa.
-Ah, usted es poeta, que alegría. Todo está en orden. Avance, avance.
Así que esa fue mi bienvenida a la Argentina. Es una lástima que partiré en la tarde a Buenos Aires, que permaneceré hasta el jueves en el apartamento de Horacio y que luego retornaré a la isla. Esto significa que me quedan cinco días exactos en territorio argentino. En el ínterin, tendré muchas cosas que hacer. Hago una lista.
1-Participar de oyente en una lectura en el Centro Cultural de la Cooperación ubicado en la avenida Corrientes.
2-Visitar un programa de radio que coordina Luc
ila Rondón donde hablaré de poesía y leeré mis poemas.
3-Ir a una lectura en una librería de San Telmo donde participaré junto a Pablo Marchetti, a Daniel Riera y Sebastián Kirzner.
4-Entrevistar a César Aira.
Tras desayunar paseamos por el malecón viendo los faroles en forma de bastones que dan al rio. Algunas parejas están sentadas en los bancos de madera y miran la orilla opuesta del río y uno que otro velero. A nuestro lado pasan las corredoras. Por doquier se ven los que vuelan chichiguas y los que juegan con frisbees. Llegamos entonces a los galpones que se encuentran pintados con aerosol y que parece que intervenieron artistas callejeros
. Le tomamos fotos a las ilustraciones de las puertas de los galpones que se van sucediendo. Hay uno de monos asustados. Hay de skaters. Hay uno de una calavera. Hay de cotorras. Hay uno con una pasola. Hay uno de Buster Keaton
Dejamos atrás los galpones y esquivando los charcos y el lodo que formaron las lluvias pasadas, alcanzamos un parque.

-¿Tienes un psicoanalista? - le pregunto de repente a Cecilia.
-Tenía una.
-¿Y qué paso?
-Empecé a escribir y me di cuenta que no la necesitaba. A medida que escribía la necesitaba menos. Faltaba a las sesiones y me sentía mejor. Creo que la mejor forma de conocerse es escribiendo.
-Es cierto.
-Ella leía mi blog.
-¿Y qué le parecía?
-No, lo leía para saber si había escrito de ella. Estaba obses
ionada con eso.
Del otro lado del parque hay un mercado de pulgas que entusiasma a Cecilia quien apresura el paso y que tan pronto llega se pone a husmear por los tenderetes en busca de regalos para sus hijos y su marido. Los vendedores mateando en un rincón apenas tienen tiempo para regatear con los potenciales clientes. Algunos escuchan cumbias villeras en radios portatiles. Mientras regateo con un boliviano una cartera para mi sobrina, Cecilia da con una mujer que vende unos títeres hechos de madera.
Dejamos el mercado atrás. Atravesamos parques con flores y pájaros en los arboles que cantan que la primavera fue hoy que llegó. Llegamos al Monumento a la Bandera. Según lo que cuenta Cecilia, fue en Rosario que se izo por primera vez la bandera. Fue el general Belgrano en 1812 y que debido a esto se erigió el monumento que consta de varias partes, como el patio cívico, el propileo y una llama para el soldado desconocido. De ahí avanzamos frente a las fachadas de edificios antiguos hasta la peatonal Córdoba. Casi no hay gente transitando. Apenas algunos mendigos y una que otra rosarina con gafas de sol. Luego de pasar una edificación antigua siento algo tibio en mi cabeza y cua
ndo me paso la mano compruebo que nuevamente una paloma me ha cagado.
-Eso es buena suerte – dice Cecilia aguantándose la risa.
-Anoche me cagó otra.
-Ah, tienes que jugar la lotería. Jugá el número de tu cumpleaños.

No hay comentarios:

Publicar un comentario